ESPÉCIMEN Nº3: llamémosle el… no tengo nombre para este espécimen. He tratado de buscar uno adecuado, pero es tan singular que me ha sido imposible. Quizá podría llamarse el “rarito” o incluso el “esquizofrénico”, aunque éste último puede resultar ofensivo para aquellos que soportan esta seria enfermedad, de modo que prefiero no ponerle nombre. Si a alguien se le ocurre, no dude en proponerlo.
El espécimen Nº3 se caracteriza por el sin fin de caras que puede mostrar.
Una mente privilegiada, de esas a las que se le acaba odiando por saberlo todo sobre historia, literatura, matemáticas, cine, música… en fin, de las que te quitan las ganas de jugar al trivial. Personaje de matrículas de honor desde su más tierna infancia, colmada de elogios y conocido en todo un entorno cultural y más allá. Personaje con el que da miedo hacer un comentario o hablar de algo concreto porque antes de que hayas terminado la frase ya te está corrigiendo incluso en la pronunciación. En fin, podría decir tantas cosas de este espécimen en ese sentido, que no terminaría nunca. Y hasta aquí, todo normal, porque en la vida hay muchos personajes así. Sin embargo, el caso de este espécimen es algo particular. Muy inteligente para algunas cosas y tan, tan, tan, tan, pero que tan tonto para otras…
¿Quién no sabe pelar una patata? ¿Quién no sabe limpiar una lechuga? ¿Quién no sabe fregar un vaso? Pues he aquí el espécimen Nº3. La cosa más inútil que jamás he visto y que jamás veré. En mi opinión, a los 25 años creo que es más importante saber hacer ciertas cosas de la vida cotidiana que conocer desde el principio hasta el final la historia de los reyes Godos. Nunca vi cosa igual, y en principio pensé que lo hacía para librarse se las tareas, pero una semana de convivencia me demostró que realmente no sabía hacer nada. Y ya, para colmo, cuando quería hacer algo, era imposible que lo hiciese por sí mismo, siempre necesitaba a alguien con quien “hacerlo” y alguien para pedirle permiso para hacerlo.
Creo que este personaje tiene una falta de confianza en sí mismo brutal, de los que dan pena, sin embargo, a mi no me da pena, pues tiene otra cara más. Tras una cara de sabelotodo y de inútil se esconde la trepa. Es la típica persona que es capaz de pisotearte la cabeza para conseguir lo que quiere, por lo general, quedar por encima de ti frente a los demás, como consecuencia de su pronunciado complejo de “ignorante de la vida”. Esta es la cara que más he sufrido yo. Espécimen Nº3, antes de reírte de los defectos de los demás, intenta arreglar los tuyos que son muchos, y consigue las cosas por ti mismo, no pisoteando a los demás. Para mí has dejado de existir.
Y aquí termino con la descripción de los diferentes especímenes con los que conviví durante una semana infernal. Ahora casi prefiero olvidarlo y recordarlos como los conocí antes, prefiero vivir en mi propia fantasía antes que volver a recordar cómo son en realidad.
Reconozco que todo el mundo tiene defectos, yo más que nadie, pero cuando esos defectos hacen tanto daño a los demás, es mejor distanciarse de esa persona que los tiene, porque si algo he descubierto en la vida, y confirmado en mi viaje, antes de mirar por los demás, mira por ti mismo, que puede que lo necesites más.
De ahora en adelante me limitaré a hablar de mí y describirme como otro tipo de espécimen que soy.